21 marzo 2009

Cholo, el perro adoptado por el pueblo de Portosín, acude a misa casi a diario


Dicen que es de bien nacido ser agradecido. Y eso es lo que debe de pensar Cholo, un perro que vive como un rey en la localidad sonense de Portosín gracias a la solidaridad de los vecinos. Quizá para dar gracias a Dios por su buena suerte, el animal acude, casi a diario, a escuchar misa al templo de San Sadurniño de Goiáns.
Su triste historia, aunque con final feliz, comenzó hace aproximadamente seis años, cuando unas vecinas de Portosín lo encontraron abandonado y con un profundo corte en el cuello. Tras darle un poco de comida y una pastilla, Cholo -los niños que veranean en la zona le pusieron el nombre en honor de Pocholo Martínez Bordiú- desapareció de la zona sin dejar rastro.
Unos meses más tarde, y ya recuperado, el animal regresó a la localidad marinera para hacer las delicias de grandes y pequeños. Eso sí, dejando muy claro que él es un ser de espíritu libre.
«Este perro andaba por el puerto y comía de todo, incluso el pescado que le daban los pescadores. Luego algún vecino lo quiso coger y llevar para su casa, pero él no es un perro que quiera estar atado», dice María Luisa García, una de sus protectoras y mejores amigas, puesto que con el tiempo ha conseguido que el perro pase las noches en su casa.
Pero como él tiene que andar a su aire, se buscó otra persona con la que disfrutar de las tardes, sobre todo durante los meses de invierno, cuando el viento del mar arrecia.
«Este perro venía por mi casa y yo, como otros muchos vecinos, le daba de comer porque me daba pena. Poco a poco cogió por costumbre ir conmigo a todas partes, incluso a la misa de las siete y media», dice esta mujer, que no quiere ningún tipo de protagonismo.
Pero la fe de Cholo va mucho más allá, puesto que cuando María Luisa no va al templo él cumple igualmente con el rito y acude solo, y sobre todo, puntual a la cita.
Pero ¿qué hace allí? Pues sentarse entre dos tumbas y esperar a que la ceremonia concluya. Y después, levantar la pata para que los fieles le hagan mimos.
«Él sabe muy bien la hora, y cuando el cura tarda más de lo habitual, le da un ladrido para avisarlo», dice Luisa García.

Fuente: lavozdegalicia.es

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